Estás aquí, sentado en mi cama. Verte me alegra mucho más de lo que quiero reconocer; tu presencia llena cada espacio de esta habitación. Pienso en eso y me da miedo, qué será de mí cuando te vayas?...pero resisto. Estaré bien, me digo, ya ha pasado lo peor. Hablamos, te pregunto por tu fin de semana, y nos escucho, distante...mientras pienso " así es como funciona esto de ser amigos". De pronto la nombras, a tu polola. Una intención de ira amenaza con irse directo a mi cara, peleo, la retengo, y la devuelvo a su origen, a ese rincón oscuro donde van a parar las cosas que me lastiman. Pero por un instante siento la ira asomarse en mis ojos y los desvío de ti. Esbozo una sonrisa, e esas falsas a las que acudo cada vez más a menudo. Nuestras palabras las percibo tan ajenas...Tu rostro, tu aroma, tu voz me envuelven, está comenzando el embrujo. Pienso en las noches amargas, pienso en el espacio vacío en mi pecho, pienso en ti y en cuánto te amo, pienso en la inutilidad de mis ganas de no haberte perdido, pienso que de esta forma ambos estamos mejor. Reacciono. Me cubro el pecho, me siento derecha, me alejo un poco. No está bien que intente seducirte, esto hace rato dejó de ser un juego. Me levanto y voy al baño. Me veo al espejo, y ahí está otra vez, la luz en mis ojos, la ansiedad en cada músculo de mi cara. No quiero volver a verte, le digo al reflejo, y este me observa sin haberme escuchado. Regreso. La atmósfera cargada de ti me sobrepasa. Quisiera quedarme en este instante para siempre, quisiera convertirme en aire y escapar, quisiera esconderme en un rincón y aspirar tu presencia hasta que me llene los pulmones, circule por mi sangre y llene de ti todo mi cuerpo. Regreso y te miro. Yaces tenido en mi cama, silencioso y perfecto, no existe nada más. Mis piernas se sienten lentas mientras avanzo hacia ti. Recuerdo haberte hablado de una amistad sana y fraterna...algo me dice que debo detenerme. Creo que alguna vez me sentí resistente al embrujo...dónde está esa sensación, no consigo alcanzarla. Recuerdo también tu voz pronunciando un tal vez...pero me voy rápido a mi afán de asesinar la posibilidad antes de que ella me mate a mí. Pero tu piel me llama, grita tan fuerte que no puedo pensar en otra cosa. Miro el espacio exacto donde mi cuerpo cabría perfecto, y siento como, palmo a palmo, se instala sobre mis hombros ese frío tan dulce que se deshace sólo con tus brazos a mi alrededor. Me hundo en tu pecho, indefensa, me embriago con tu aroma y la tibieza de tu cuerpo, me enredo entre tus brazos tratando de notar como desaparece el frío. Pero no es suficiente, nunca es suficiente. Y una puntada amarga me despierta. Duele tanto que no puedo soportarlo. Te abrazo con fuerza para que el recuerdo de tu amor me espante el fantasma. Pienso en el tal vez, la posibilidad me mira y yo corro a buscarla. Que no se escape, la tomo con mis manos y la guardo. Ya no me duele, y ya no quedan fantasmas. El frío es ahora el calor delicioso tu cuerpo. Ya no quiero resistirme. Me rindo ante la fuerza maravillosa que tiene el deseo, que anula cualquier intención de combatirlo, que dirige mis sentidos para que sólo a ti pueda verte, oírte, tocarte, olerte y saborearte. Tus manos recorren mi espalda dejando una huella caliente en mi piel. No debes detenerte, me muero sin tus manos, sigue más abajo...presionas contra mí tu cuerpo tenso, tu aliento en mi cuello me provoca un escalofrío. Quisiera desintegrarme bajo tu gravedad. Me estoy deshaciendo, me derrito, húmeda, caliente, te busco en tu boca, desaparezco, no hay nada más que tus labios, tu lengua, por Dios, cómo te amo. Despierto de nuevo, un balazo en mi corazón. Y la presión en mi pecho se va a mi garganta y aprieto los ojos para que no me delaten. Sólo tú puedes salvarme. Bésame más, más profundo, te agarro el pelo con furia, me duele!, haz que se me pase. Tu mano entre mis piernas me distrae y lo consigues. Mi héroe, de nuevo, después de tantos años...no soporto más, mi cuerpo va a estallar. Me dejas un segundo, estoy poseída por tu embrujo, inmóvil ansiosa, te espero. No quiero pensar. Ahí está de nuevo, el mundo vuelve a aparecer. Cierro los ojos, no quiero verlo, no quiero escucharlo, vuelve..y en ese instante tu boca me pesca y me devuelve con violencia, como una ola sorpresiva que me ahoga, me marea, me deja ciega y sorda...ven acá, quiero tener todo tu peso encima, quiero morir asfixiada en tu cuello. Me tocas, me quemas, quisiera ser del porte de tus manos para que la piel que no alcanzas no extrañe tus caricias. Te monto decidida, no puedo esperar más, me late el pecho, un gemido que me atora, quisiera gritar, liberar esta calentura...mis caderas se mueven solas, mi vientre se contrae para sentirte más, te miro, te beso, mis pechos reclaman, tu boca los calma y se acerca la tormenta, una ráfaga ardiente estremece cada pulgada de mi cuerpo desde mi vientre a mi garganta, mi espalda se tensa y caen mis hombros rendidos; regreso a tu cuello para sentir tu aroma y saborearlo...para rescatar hasta el último segundo de este dolor perfecto entre mis piernas, y sin aviso, como una indeseable visita, el cansancio de mi aliento se convierte en un sollozo y mis párpados cerrados se rebalsan con lágrimas que me arden, que me duelen, no las puedo devolver. Las escondo en un suspiro y las confundo con el sudor de mi agitación. No quiero que me veas; si me ves, soy toda tuya y no me queda nada para combatir el embrujo. Tiemblo de miedo, me tomas en tus brazos y me embistes en el suelo. Quiero que me duela, que me folles con violencia, te lo pido en silencio, el nudo en mi garganta no me deja hablar. Me concentro, me alejo de la angustia. tu cuerpo me domina otra vez, te siento, te siento más y más profundo y por fin muero otra vez, mi vientre exhala e último temblor, y la habitación aparece como abriéndose paso entre la niebla. La cama, los muebles, el ruido de la calle, la brisa helada que entra por la ventana, el cenicero lleno, tu ausencia. Como un robot sonriente me acerco, tal vez te beso, no lo sé. Ya no soy yo quien te toca. Yo sigo tirada en el piso tratando de reconstruir la sensación de tus besos. Ya es tarde y debes irte. Te acompaño a la puerta. Me besas desde lejos. Mi brazo te detiene. Por favor, no te vayas, te suplico en mi mente. Te abrazo, de nuevo tengo frío. Pero tú ya estás a mil kilómetros de mí y tu abrazo me da más frío. Nos vemos mañana, dices. Mañana...cómo duele pensar en mañana. Recuerdo el tal vez, busco la posibilidad donde la había guardado, no aparece. Seguro se perdió entre tanto desorden. O tal vez se escondió para vigilarme y cuando me descuide, por fin liquidarme.

C.
Marzo 2009

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